e las mucosas de don Silvestre le dijeron "agua va". El
estrepito duro un par de minutos.--Cuando las detonaciones se hicieron
mas debiles y mas tardias, como las de una tormenta que se va alejando,
la atencion publica, hasta entonces en suspenso, comenzo a agitarse,
cruzandose entre los parroquianos sonrisas, carcajadas y epigramas, que,
afortunadamente, no comprendio el que era objeto de ellos; antes al
contrario, pensando solo en el fatal efecto del sorbete, y durandole aun
la sed, comenzo a sacudir garrotazos sobre la mesa y a llamar con toda
la fuerza de sus pulmones.
Un mozo se presento, no poco alarmado con el estrepito.
--?Que demonios se puede tomar aqui para quitar la sed, que no se
parezca a esa _melecina_ condenada que me has dado?--le pregunto el
mayorazgo, senalando el estrellado sorbete.
--Lo que usted pida, senor--contesto el otro, luchando por contener la
risa.
--Pues traete ... media de tinto.
--iDe tinto! ?Como?
--?Como? En _sangria._
--No le entiendo a usted--dijo el mozo, trocando su sonrisa en expresion
de sorpresa.
--Pues la cosa es bien sencilla--anadio el mayorazgo:--?no hay aqui
agua?; ?no hay _azucara_?; ?no hay rioja?... ?Pues que taberna de los
demonios es esta?
Algo como carcajada estallo entre los concurrentes del cafe; y en
seguida comenzaron los epigramas y los apostrofes mas causticos. Hubo
para los cuellos del mayorazgo, hubo para su _colmena_, para su cara,
para su garrote, y hubo ... que contener a don Silvestre, que,
embravecido como un toro con aquellas banderillas que tan inhumanamente
ponia a su inofensivo desparpajo cerril la intransigente civilizacion,
quiso acometer a garrotazos a aquella turba de enclenques, famelicos,
petardistas, vagabundos y tahures que poblaban el salon, disfrazados de
_personas decentes_.
En medio del aturdimiento consiguiente a la escena en que acababa de ser
actor, don Silvestre, al marcharse, en lugar de salir por donde entro,
se fue hacia la sala de los billares: su acompanante, que temia otro
escandalo, le llamo; pero ya era tarde. Una vez en ella se olvido de lo
pasado ante el aspecto de las bolas de marfil, cuyos choques le
admiraron como a un nino; y mas que las bolas, la locuacidad de un joven
de rizadas patillas, gafas y pelo escarolado, que al paso que jugaba
carambolas con otro aficionado, era el deleite de los cien curiosos que
rodeaban la mesa, sentados sobre duras banquetas, con una profusion de
chistes y una procac
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