ba un par de dedos, le cubrian la
mitad de las orejas; cepillo y se puso su chaqueton pardo y su sombrero
de copa negro-verdoso; empuno su baston de acebo chamuscado; asegurose
bien de que no falseaban las correas de sus zapatos de becerro, y dijo
al elegante secretario de su amigo, como si toda la vida le hubiese
tenido a su servicio:--Vamos andando.
Algo disgustaba al elegante ir convertido en cicerone de un ente tan
grotesco; pero la intimidad con que le trataba el personaje cortesano le
hizo ver en el de la aldea un mandarin inculto, una potencia electoral,
un reyezuelo de provincia. Su momentaneo desagrado se troco bien pronto
en solicitud deferente y hasta respetuosa.
Nada de particular hallo don Silvestre por las calles, fuera del ruido
de los carruajes y del incesante movimiento de la gente. Teniale el
estrepito ensordecido, y tan atolondrado, que tropezaba con todos los
transeuntes, y rompio siete cristales de otros tantos escaparates por
huir de los coches, pensando que le atropellaban. El secretario estaba
en ascuas, y lo estuvo mas cuando noto que los cuellos del solariego y
su cara avinatada llamaban la atencion de muchas personas. El mayorazgo,
afortunadamente, no lo conocia, pues descansaba en la persuasion de que
"en Madrid todo pasa".
Al retirarse, al anochecer, y bajo una temperatura africana, don
Silvestre se achicharraba, y quiso refrescar. Entraron en un cafe. El
secretario pidio un sorbete; su acompanado, ignorando lo que aquello
seria, pidio otro. Sirvieronles los sorbetes. El de Madrid descogollo el
suyo de un bocado, con la mayor limpieza imaginable; el aldeano, que
desde que vio llegar los refrescos vacilaba en el modo de acometerlos,
imito a su companero, ien mal hora para el desdichado! Lo mismo fue
hincar sus dientes en el gelido amasijo, que revolverse en el cafe el
ruido de un huracan. La inesperada impresion del frio del sorbete
produjo en don Silvestre los efectos mas estrepitosos.
Del primer resoplido, al morder el helado, fue este con la copa hasta la
mesa inmediata; y como el que ha tragado polvos de salbadera, Seturas
escupia, se sonaba las narices y gritaba pidiendo agua, empenado el
iluso en que _aquello abrasaba_; y, por ultimo, comenzo a estornudar ...
ipero de que modo!: cada estornudo era un canonazo bajo los relucientes
techos del cafe, acompanando a cada explosion una lluvia menuda que fue
la delicia de los inmediatos parroquianos, durante las quince o veinte
veces qu
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