la gente, debes vestirte a
la moda, porque, amigo mio, _dum Roma fueris_ ... lo que sigue".
Por mas que a don Silvestre repugnara el desprenderse de sus comodos
habitos, al dia siguiente tuvo que empaquetarse en los nuevos que le
trajeron de una elegante roperia; pero como el diablo las carga, si
bien, con trabajillos y todo, parecieron pantalon, levita, chaleco y
sombrero, para las piernas, tronco, cuello y cabeza herculeos de don
Silvestre, no hubo un par de botas para sus pies en toda la corte,
pues, como decian los zapateros a quienes se acudio, "hormas de tal
tamano no se hacian en Madrid sino de encargo".
De aqui resulto un chocante contraste: lo fino de los pantalones con lo
grosero de los zapatos viejos del mayorazgo, que nunca vieron mas lustre
que el que les daba una corteza de tocino frotada sobre ellos cada ocho
dias. Y si a dicho contraste se anade el que formaba todo el don
Silvestre con su equipaje, al que desalinaba mas y mas metiendo los
dedos de sus manos entre el pescuezo y la corbata que le molestaba,
hasta dejar esta debajo del cuello de la camisa, digame el lector que le
pasaria al pobre hombre cuando en semejante arreo se echo a la calle,
sin escuchar los consejos del amigote ni las protestas del elegante guia
que, sin el miedo de perder su destino, se hubiera negado a acompanarle.
Sucediole, claro esta, que no bien se hubo mostrado al publico cuando
este la tomo con el. Primero le miraron, despues se sonrieron, hasta
concluir por interpelarle ironicamente, y por reirse a sus barbas. Pero
este nuevo insulto colmo la medida del sufrimiento de don Silvestre.
--"iCanario!--exclamo al hallarse en medio de un grupo de
calaveras;--conque ayer, porque iba al uso de mi tierra, os reiais de
mi; y hoy que, por complaceros, me visto como vosotros, me toreais
tambien, sin duda porque no se llevar esta librea. Pues tanto, tanto, no
lo sufrio jamas un Seturas."
Y, sin otras explicaciones, largo una bofetada al mas cercano, a quien
metio de cabeza en el escaparate de una pasteleria. Hubiera acometido a
los restantes; pero al volverse hacia ellos ya habian desaparecido. Si
todos los calaverillas madrilenos hubieran presenciado esta escena, es
mas que probable que el mayorazgo no hubiera tenido que sentir mas en
igual genero; pero como no todos los susodichos traviesos estaban alli
cuando la primera bofetada, tuvo que pegar la segunda un poco mas abajo,
y la tercera mas adelante, hasta que juzgo prudente i
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