lo que le produjo al fin
tanta y tanta insolacion como tomaba, buscando por el campo la sombra
de la poesia, le obligaron a desistir de sus excursiones ordinarias,
conformandose despues con la sombra del nogal solariego para los pocos
ratos que consagraba a la lectura desde el ultimo desencanto. Y como no
tenia una sola persona a quien hacer confidente de sus impresiones, pues
don Silvestre, nacido entre los prodigios de aquella naturaleza, de nada
se pasmaba, como que nada hallaba que le chocase, y fuera de la
naturaleza rustica y virgen, no conocia a fondo mas que sus recientes
desenganos, le parecio muy fastidiosa la contemplacion de los fenomenos
naturales durante las primeras horas de la noche, desde la solana del
mayorazgo; hallo tambien insoportable la noche misma hasta la hora en
que se acostaba; y como el sueno era acaso el mayor placer que
experimentaba ya en el campo, incomodabale de veras el tener que
despertarse a las cinco de la manana entre la griteria del ama de
llaves, los silbidos de los criados y el cencerreo del ganado, despues
de haber dormido mal toda la noche, desvelado a cada instante por los
ladridos del mastin, cuya vigilancia llegaba a ser impertinente, a
fuerza de ser escrupulosa.
Agreguese a esto que la prodigalidad del _senor de_ don Silvestre, como
llamaban en el pueblo al de la corte, habia corrido de cocina en cocina
por todo el vecindario, y que, por lo mismo, no hubo en el una sola
persona que no se creyese con derecho a pedirle dinero, pretextando
necesidades, unas veces ciertas y justificadas, otras fingidas e
indignas de la largueza y caridad del forastero; de suerte, que ni
siquiera le quedo el placer que experimentaba aliviando la desgracia,
pues temia equivocarla con las consecuencias de la haraganeria, y
contribuir al fomento de mas de un vicio, procurando socorrer la
verdadera miseria.
Una de las impresiones mas agradables que recibio en la aldea, fue al ir
por primera vez a oir la misa de la parroquia. Bajo la tejavana, o
_portal_, que se extendia a todo lo largo de dos fachadas de la iglesia,
como en todas las de las aldeas de la Montana, estaban reunidos y en
espera del toque de campanilla que les avisara la salida del sacerdote
al altar, todos los viejos, jovenes y ninos del lugar que no tenian un
impedimento justificado que los eximiera de aquella obligacion de
conciencia. Todos con el mejor vestido, y formando corrillos en los que
se departia a gritos, como es costumb
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