esinos de la peninsula, por mas de un motivo; pero al fin
son aldeanos, y basta.
Tu que has recibido cierta educacion, y que, por tu dependencia y trato
con algunas personas ilustradas, distas mucho de esta canalla,
comprenderas lo que digo; y sirvate de prueba la guerra perpetua en que
estas con el vecindario.
Si dentro de este elemento caben paz y poesia, venga Dios y vealo.
Sin embargo, tu, nacido en esta libertad, bajo esta atmosfera, y
aclimatado a estas luchas, no puedes soportar el ruido del mundo: dentro
de el te desorientas, te mareas. Yo me asfixio entre esta humanidad
resabiada, que es docil para dejarse perder por un ignorante maligno, e
indomita cuando la hablan los consejos del saber y de la sana razon.
Cada uno necesita para vivir el elemento que le ha formado: el hombre
culto, la civilizacion; el salvaje, la naturaleza. SUUM CUIQUE,
Silvestre, como decia nuestro domine cuando daba un _vale_ a algun
discipulo aplicado, mientras desencuadernaba las costillas a zurriagazos
a otros veinte holgazanes.
En fin, amigo mio, haciendome justicia con tus propias palabras, en el
mundo estoy _como el pez en el agua_. Con que a Madrid me vuelvo.
XV
Algunos meses despues de este discursillo, gano don Silvestre el pleito
gracias a las oportunas recomendaciones de su fiel y buen amigo, que
nunca se olvido en Madrid del noble corazon del mayorazgo. Este se
sintio tan aburrido desde que los procuradores cesaron de visitarle, que
temiendo adquirir una enfermedad, cedio a los consejos del cura,
humillando su ruda cerviz al yugo de Himeneo. Bien es verdad que don
Silvestre hacia mucho tiempo que hablaba con inusitado empeno de la
necesidad de perpetuar su casta, y no faltaba en el pueblo quien
atribuyera esta circunstancia a los ojazos negros de una moza de ocho
arrobas, heredera de un decente patrimonio, que fue la que, al fin, tuvo
la honra de conquistar la mitad del lecho de nuestro amigo, el vastago
mas notable de la insigne familia montanesa de los Seturas.
EL TROVADOR
Ya del rubicundo Febo
las relumbrantes guedejas
sus destellos apagaron
tras de las peladas selvas.
Cueto, el ilustre lugar
confin de la noble Iberia,
el de las sensibles Hadas
y retozonas Napeas;
patria de _grandes_ varones,
cuna de tamanas hembras;
Cueto, en fin, que no hay mas que el,
ni caben mas en la tierra,
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