lo, mientras el ingeniero
buscaba mentalmente un pretexto para escapar.
--Usted que ha viajado tanto y es un heroe, ilustreme con su
experiencia... ?Que opina usted del amor?
Pero la poetisa, a pesar de sus ojeadas tiernas y miopes, vio que
Robledo huia murmurando excusas, como si le asustase una conversacion
iniciada con tal pregunta.
Elena le rogo semanas despues que asistiese a una fiesta dada por la
condesa.
--Son reuniones muy originales. La duena de la casa invita a una
bohemia inquietante para que aplauda sus versos, y la mezcla con
gentes distinguidas que conocio en los salones. Algunos extranjeros
van de buena fe, creyendo encontrar autores celebres, y solo conocen
fracasados viejos y acidos. Tambien protege a ciertos jovenes que se
presentan con solemnidad, convencidos de una gloria que solo existe
entre sus camaradas o en las paginas de alguna revistilla que nadie
lee... Debe usted ver eso. Dificilmente encontrara en Paris una casa
semejante. Ademas, he prometido a la pobre condesa que asistira usted
a su fiesta, y me enfadare si no me obedece.
Por no disgustarla, se dirigio Robledo a las diez de la noche a la
avenida Kleber, donde vivia la condesa, despues de haber comido con
varios compatriotas en un restoran de los bulevares.
Dos servidores alquilados para la fiesta se ocupaban en recoger los
abrigos de los invitados. Apenas entro el ingeniero en el
recibimiento, se dio cuenta de la mezcolanza social descrita por
Elena. Llegaban parejas de aspecto distinguido, acostumbradas a la
vida de los salones, vestidas con elegancia, y revueltas con ellas vio
pasar a varios jovenes de abundosa cabellera, que llevaban frac lo
mismo que los otros invitados, pero se despojaban de paletos raidos o
con los forros rotos. Sorprendio la mirada ironica de los dos
servidores al colgar algunos de estos gabanes, asi como ciertos
abrigos de pieles con grandes calvas, pertenecientes a senoras que
ostentaban extravagantes tocados.
Un viejo con melenas de un blanco sucio y gran chambergo, que tenia
aspecto de poeta tal como se lo imagina el vulgo, se despojo de un
gabancito veraniego y dos bufandas de lana arrolladas a su cuerpo para
suplir la falta de abrigo. Retiro la pipa de su boca, golpeando con
ella la suela de uno de sus zapatos, y la metio luego en un bolsillo
del gaban, recomendando a los criados que lo guardasen cuidadosamente,
como si fuese prenda de gran valor.
El abrigo de pieles que llevaba Robledo a
|