imonio de su amigo debia esta amistad
extraordinaria, que forzosamente habia de chocar con sus costumbres
anteriores. A veces hasta encontraba logico lo que momentos antes le
habia producido inmensa extraneza. Era su ignorancia, su falta de
educacion, la que le hacia incurrir en tantas sospechas y malos
pensamientos. Luego le bastaba ver la sonrisa de Elena y la caricia de
sus pupilas verdes y doradas para mostrar una confianza y una
admiracion iguales a las de Federico.
Vivia en un hotel antiguo, cerca del bulevar de los Italianos, por
haberlo admirado en otros tiempos como un lugar de paradisiacas
delicias, cuando era estudiante de escasos recursos y estaba de paso
en Paris; pero las mas de sus comidas las hacia con Torrebianca y su
mujer. Unas veces eran estos los que le invitaban a su mesa; otras los
invitaba el a los restoranes mas celebres.
Ademas, Elena le hizo asistir a algunos tes en su casa, presentandolo
a sus amigas. Mostraba un placer infantil en contrariar los gustos del
"oso patagonico", como ella apodaba a Robledo, a pesar de las
protestas de este, que nunca habia visto osos en la Argentina austral.
Como el abominaba de tales reuniones, Elena se valia de diversas
astucias para que asistiese a ellas.
Tambien fue conociendo a los amigos mas importantes de la casa en las
comidas de ceremonia dadas por los Torrebianca. La marquesa no
presentaba al espanol como un ingeniero que aun estaba en la parte
preliminar de sus empresas, la mas dificil y aventurada, sino como un
triunfador venido de una America maravillosa con muchisimos millones.
Decia esto a sus espaldas, y el no podia explicarse el respeto con que
le trataban los otros invitados y la simpatica atencion con que le
oian apenas pronunciaba algunas palabras.
Asi conocio a varios diputados y periodistas, amigos del banquero
Fontenoy, que eran los convidados mas importantes. Tambien conocio al
banquero, hombre de mediana edad, completamente afeitado y con la
cabeza canosa, que imitaba el aspecto y los gestos de los hombres de
negocios norteamericanos.
Robledo, contemplandole, se acordaba de el mismo cuando vivia en
Buenos Aires y habia de pagar al dia siguiente una letra, no teniendo
reunida aun la cantidad necesaria. Fontenoy ofrecia la imagen que se
forma el vulgo de un hombre de dinero, director de importantes
negocios en diversos lugares de la tierra. Todo en su persona parecia
respirar seguridad y conviccion de la propia fuerza. Pero a v
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