oven, sintiendose
invadido por la onda de generosidad que tan facilmente
nacia en su alma.
Pepe Rey dirigio la vista hacia donde estaba su prima,
[20] con intencion de unirse a ella; pero algunas preguntas
sagaces del canonigo le retuvieron al lado de dona Perfecta.
Rosario estaba triste, oyendo con indiferencia melancolica
las palabras del abogadillo, que instalandose junto a ella,
habia comenzado una retahila de conceptos empalagosos,
[25] con importunos chistes sazonada y fatuidades del peor
gusto.
--Lo peor para ti--dijo dona Perfecta a su sobrino
cuando le sorprendio observando la desacorde pareja que
formaban Rosario y Jacinto,--es que has ofendido a la
[30] pobre Rosario. Debes hacer todo lo posible por desenojarla.
iLa pobrecita es tan buena!...
--iOh, si, tan buena!--anadio el canonigo,--que no
dudo perdonara a su primo.
--Creo que Rosario me ha perdonado ya--afirmo Rey.
--Y si no, en corazones angelicales no dura mucho el 68
resentimiento--dijo D. Inocencio melifluamente.--Yo tengo
gran ascendiente sobre esa nina, y procurare disipar en su
alma generosa toda prevencion contra usted. En cuanto yo
[5] le diga dos palabras....
Pepe Rey sintio que por su pensamiento pasaba una nube
y dijo con intencion:
--Tal vez no sea preciso.
--No le hablo ahora--anadio el capitular,--porque
[10] esta embelesada oyendo las tonterias de Jacintillo....
iDemonches de chicos! Cuando pegan la hebra, hay que dejarles.
De pronto se presentaron en la tertulia el juez de primera
instancia, la senora del alcalde y el dean de la catedral.
Todos saludaron al ingeniero, demostrando en sus palabras
[15] y actitudes que satisfacian, al verle, la mas viva curiosidad.
El juez era un mozalvete despabilado, de estos que todos
los dias aparecen en los criaderos de eminencias, aspirando
recien empollados a los primeros puestos de la
administracion y de la politica. Dabase suma importancia, y
[20] hablanco de si mismo y de su juvenil toga, parecia manifestar
indirectamente gran enojo, porque no le hubieran hecho de golpe
y porrazo presidente del Tribunal Supremo. En aquellas
manos inexpertas, en aquel cerebro henchido de viento, en
aquella presuncion ridicula habia puesto el Estado las
[25] funciones mas delicadas y mas dificiles de la humana
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