ar a Torrebianca, y termino diciendo:
--Por desgracia, los que llevan con ellos a una mujer carecen casi
siempre de esa fuerza que ayuda a realizar sus grandes empresas a los
hombres solitarios.
Despues de este almuerzo, durante el cual solo se hablo del poder del
dinero y de aventuras en el Nuevo Mundo, el colonizador frecuento la
casa, como si perteneciese a la familia de sus duenos.
--Le has sido muy simpatico a Elena--decia Torrebianca--. iPero muy
simpatico!
Y se mostraba satisfecho, como si esto equivaliese a un triunfo, no
ocultando el disgusto que le habria producido verse obligado a escoger
entre su esposa y su companero de juventud, en el caso de mutua
antipatia.
Por su parte, Robledo se mostraba indeciso y como desorientado al
pensar en Elena. Cuando estaba en su presencia, le era imposible
resistirse al poder de seduccion que parecia emanar de su persona.
Ella le trataba con la confianza del parentesco, como si fuese un
hermano de su marido. Queria ser su iniciadora y maestra en la vida de
Paris, dandole consejos para que no abusasen de su credulidad de
recien llegado. Le acompanaba para que conociese los lugares mas
elegantes, a la hora del te o por la noche, despues de la comida.
La expresion maligna y pueril a un mismo tiempo de sus ojos
imperturbables y el ceceo infantil con que pronunciaba a veces sus
palabras hacian gran efecto en el colonizador.
--Es una nina--se dijo muchas veces--; su marido no se equivoca. Tiene
todas las malicias de las munecas creadas por la vida moderna, y debe
resultar terriblemente cara... Pero debajo de eso, que no es mas que
una costra exterior, tal vez existe solamente una mentalidad algo
simple.
Cuando no la veia y estaba lejos de la influencia de sus ojos, se
mostraba menos optimista, sonriendo con una admiracion ironica de la
credulidad de su amigo. ?Quien era verdaderamente esta mujer, y donde
habia ido Torrebianca a encontrarla?...
Su historia la conocia unicamente por las palabras del esposo. Era
viuda de un alto funcionario de la corte de los Zares; pero la
personalidad del primer marido, con ser tan brillante, resultaba algo
indecisa. Unas veces habia sido, segun ella, Gran Mariscal de la
corte; otras, simple general, y el que verdaderamente podia ostentar
una historia de heroicos antepasados era su propio padre.
Al repetir Torrebianca las afirmaciones de esta mujer, que le
inspiraba amor y orgullo al mismo tiempo, hacia memoria de un
sinnume
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