nitivamente de apuros, y se
limitaban a manifestar su disgusto mostrandose mas frios y estirados
en el cumplimiento de sus funciones.
Muchas veces, Torrebianca, despues de la lectura de este correo,
miraba en torno de el con asombro. Su esposa daba fiestas y asistia a
todas las mas famosas de Paris; ocupaban en la avenida Henri Martin el
segundo piso de una casa elegante; frente a su puerta esperaba un
hermoso automovil; tenian cinco criados... No llegaba a explicarse en
virtud de que leyes misteriosas y equilibrios inconcebibles podian
mantener el y su mujer este lujo, contrayendo todos los dias nuevas
deudas y necesitando cada vez mas dinero para el sostenimiento de su
costosa existencia. El dinero que el lograba aportar desaparecia como
un arroyo en un arenal. Pero "la bella Elena" encontraba logica y
correcta esta manera de vivir, como si fuese la de todas las personas
de su amistad.
Acogio Torrebianca alegremente el encuentro de un sobre con sello de
Italia entre las cartas de los acreedores y las invitaciones para
fiestas.
--Es de mama--dijo en voz baja.
Y empezo a leerla, al mismo que una sonrisa parecia aclarar su rostro.
Sin embargo, la carta era melancolica, terminando con quejas dulces y
resignadas, verdaderas quejas de madre.
Mientras iba leyendo, vio con su imaginacion el antiguo palacio de los
Torrebianca, alla en Toscana, un edificio enorme y ruinoso circundado
de jardines. Los salones, con pavimento de marmol multicolor y techos
mitologicos pintados al fresco, tenian las paredes desnudas,
marcandose en su polvorienta palidez la huella de los cuadros celebres
que las adornaban en otra epoca, hasta que fueron vendidos a los
anticuarios de Florencia.
El padre de Torrebianca, no encontrando ya lienzos ni estatuas como
sus antecesores, tuvo que hacer moneda con el archivo de la casa,
ofreciendo autografos de Maquiavelo, de Miguel Angel y otros
florentinos que se habian carteado con los grandes personajes de su
familia.
Fuera del palacio, unos jardines de tres siglos se extendian al pie de
amplias escalinatas de marmol con las balaustradas rotas bajo la
pesadez de tortuosos rosales. Los peldanos, de color de hueso, estaban
desunidos por la expansion de las plantas parasitas. En las avenidas,
el boj secular, recortado en forma de anchas murallas y profundos
arcos de triunfo, era semejante a las ruinas de una metropoli
ennegrecida por el incendio. Como estos jardines llevaban muchos anos
sin cu
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