mi misma estirpe, halle las cosas en San Isidro Labrador muy
distintas de cuando me marchara. Mis padres, dos hermanos y
Angustias habian desaparecido de la vida, y don Pepe Davalos,
depuesto de su cargo municipal, vagaba enfermo y viejo por los
claustros, anorando las partidas de ajedrez con "su Merced el Senor
don Alonso." Note que el respetuoso carino de muchos sirvientes
habia amenguado, gracias a ciertos vientos de fronda que del Norte
soplaban, y senti desde un principio marcada repulsion por el nuevo
administrador de la Hacienda, nombrado por el albacea de mi padre.
Llamabase don Guadalupe Robles, y su aspecto insolente demostraba
bien a las claras que habia sido antano guerrillero audaz y
duro cacique.
Mucho temi que la Hacienda tuviera pocos atractivos para mi mujer,
pero Ines, acostumbrada a las austeridades de su torre castellana,
encontro San Isidro Labrador muy de su agrado, y propuso ella misma
que fijaramos alli nuestra residencia.
Transcurridos pocos meses, y aproximandose la fiesta titular de la
heredad, mi mujer, a fuer de buena madrilena propuso que la fiesta
fuese celebrada con especial pompa. Preparo, pues, ropas para
repartir a los pobres; encargo flores para el adorno de la casa y
capilla; y convido, para que cantara Misa Pontifical, a cierto
Prelado, a quien, desde mi infancia, llamaba yo "el tio Obispo",
aunque en realidad careciamos de parentesco alguno.
Yo accedi gustoso, tanto por complacer a Ines, cuanto porque halle
la ocasion propicia para hacer lucir gran cantidad de objetos, de
los cuales, como colector entusiasta de antiguallas, me
vanagloriaba. Al caudal no despreciable de ornamentos y vasos
sagrados, que a la Hacienda habian donado mis antepasados, anadi yo
gran acopio de objetos, hallados algunos en vetustas ciudades del
pais, traidos otros de la Peninsula. Era especialmente notable mi
rica coleccion de plata labrada; componiase de varias docenas de
candeleros, grandes y pequenos, atriles, vasos y macetones
ornamentales; no pocos blandones; algunos calices y copones; y una
custodia que me complacia yo en atribuir a Juan de Arfe y Villafane.
Pero lo que mas me agradaba y mostraba yo a mis amigos con el mayor
orgullo, era un juego de pebeteros que adquiri en Cintra. Obra de
portugueses de pleno siglo XVIII, se comprendera desde luego que
tales perfumadores tenian que ser extravagantes; en efecto, median
mas de medio metro de altura, y afectaban la inusitada forma de
pegasos, pe
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