retar Beethoven, decidi cortar el mal de raiz; y perdoneme
esta ligera _plaisanterie_.
Por aquel tiempo conoci a Matilde. No recuerdo si fue en un baile en
el palacio de la Princesa Dorodinski, o si fue en las carreras de
caballos. Pero si tengo muy presente que desde el primer momento que
la vi, comprendi que era la mujer mas hermosa que ha habido en el
mundo, y por lo tanto, que tenia que ser mi esposa. Yo era entonces
excesivamente romantico; no le llamara la atencion saber que toda mi
corte fue hecha a la luz de la luna. La orquesta del Conservatorio
tocaba todas las noches musica selecta debajo de su ventana, y hasta
llegue a pagar a un poeta de fama para que le escribiera madrigales,
que yo firmaba.
Para no hacer largo este relato, le dire que mientras se llevaban a
cabo los preparativos de nuestra boda, Matilde no hacia mas que
llorar, llorar... Lloraba de amor por mi, segun me aseguro su
madre... Matilde, he dicho, es y sera la mujer mas hermosa de la
tierra. Pero, amigo mio, bien dice el refran que no hay dicha
completa en este mundo. Poco tiempo despues de nuestro matrimonio,
una terrible sospecha empezo a martirizarme. Matilde fue desde un
principio una esposa modelo; pero los besos apasionados que yo le
daba jamas eran correspondidos; jamas posaba su mirada sobre mi con
carino, y todos los pequenos sacrificios que por ella hacia ni
siquiera eran notados, mucho menos agradecidos... En fin, llego el
dia amargo en que la sospecha se torno en certeza. Con pretexto de
sentirme cansado y apoyar mi cabeza sobre su pecho, hice el terrible
descubrimiento de que Matilde, la mujer mas hermosa de la tierra,
_no tenia corazon_. Mucho tiempo permaneci anonadado; pero
subitamente un rayo de luz ilumino mi mente.
Casi todos los dias acudia yo al anfiteatro de la Academia y
presenciaba los cursos. Recorde que en la manana de aquel dia, se
habia recogido en la calle el cadaver de una joven del bajo pueblo
que habia sido atropellada por un tranvia. Tendria la misma edad,
mas o menos, que Matilde.
Eran las diez de la noche, cuando me presente al conserje de la
Academia y le pedi las llaves del anfiteatro para recojer unos
instrumentos que habia yo dejado olvidados. El conserje me las
franqueo en seguida y hasta ofrecio acompanarme, pero yo le dispense
esa molestia, y penetre solo en el salon. Un cuarto de hora despues,
salia de alli llevando en la mano un estuche que mostre al conserje,
para que viera que efectivament
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