artistico y valor intrinseco. Pero el Cabildo antes enagenaria todo
lo que hemos visto que deshacerse de esta incomparable joya. Fue en
un tiempo el adorno principal del templo mayor de los aztecas; uno
de los conquistadores de Mexico lo arranco del altar mismo del
famoso _Huichilobos_, y lo trajo a Carlos V, quien lo dono a esta
Santa Iglesia.
Viendo que permanecia yo estupefacto, quiso que mi admiracion fuese
mayor, y abrio la vitrina para que examinara a mis anchas aquel
portento de orfebreria. Tomo la joya en sus manos, y al acercarla a
la luz, para mejor mostrarmela, exhalo una exclamacion de espanto.
--iDios me valga! ?Que es esto?
iEl papagayo estaba lastimosamente maltratado en el ala izquierda,
como si hubiese sido golpeado con un martillo! Imaginese la
consternacion del canonigo y del sacristan mayor. En cuanto a mi,
senti como si fuera el autor de aquel atentado y temi que lo
revelara mi semblante. Pero mis companeros estaban demasiado
ocupados en examinar el desperfecto, para fijarse en mi persona.
--?Como ha podido ser esto? ?Quien pudo llegar hasta aqui y cometer
tan audaz sacrilegio? Exclamaban ambos admirados.
El Tesorero ordeno al Padre Montero que avisase al Dean, y la nueva
corrio rapidamente, pues a los pocos momentos acudieron varios
canonigos y prebendados, quienes anunciaron que Su Eminencia en
persona iria a comprobar con sus propios ojos el inexplicable y
audaz atentado.
* * * * *
Mientras se daban los pasos oportunos para descubrir al autor del
delito, dispuso el Cardenal Arzobispo de Alcala del Rio que la
maltratada joya fuera guardada dentro de un cofre fuerte que habia
en el Tesoro, y que hasta nueva orden se suspendiesen las visitas
del publico.
Oprimido por la vergueenza y el temor, me despedi del Padre Montero,
y olvidando por completo la busqueda de documentos que a la Catedral
me habia llevado, dirigi mis pasos lentamente hacia mi alojamiento.
Renuncio a describir mi estado de animo durante el resto de aquel
dia. Quise rechazar mi constante preocupacion por medio de la
lectura, pero dio la casualidad que la unica obra que habia llevado
conmigo era la Historia de Bernal Diaz del Castillo, y ella, lejos
de proporcionarme distraccion, daba rienda suelta a los mas extranos
pensamientos. Deje el libro y sali a pasear por las vegas, hasta el
anochecer. Cuando regrese a mi alcoba me senti calenturiento y me
meti entre sabanas; pero solo l
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