flor
maravillosa, en el centro de todas, en la cual no habia yo reparado
la vispera?
Salte del lecho, y vi con sorpresa que no era flor alguna, sino un
pajaro que se posaba en el barandal del balcon. Me acerque con
grandisima cautela, por miedo de auyentarlo. Al principio lo tome
por un loro, pero enseguida comprendi que era de mayor tamano. No
intentare describir su maravilloso plumaje, porque no podria
hacerlo. Solo dire que me hizo la impresion de una joya inmensa,
esmaltada con los colores mas vivos que puedan imaginarse: verde,
azul, rojo, amarillo....
No se cuanto tiempo permaneci asombrado. Solo se que repentinamente
experimente una sensacion extrana, una codicia exagerada de poseer
tan exotica ave. Senti lo que debe sentir el ladron cuando se
propone apoderarse de lo ajeno, y me di plena cuenta, en aquellos
instantes, de que cometeria cualquier crimen, con tal de hacerme con
ese pajaro de rico plumaje. Largo espacio de tiempo permaneci
inmovil, pensando en la mejor manera de llevar a cabo mi intento. El
ave movia ligeramente las alas, que brillaban fantasticamente como
abanicos de esmeraldas; y con la certeza de que no podria yo asirla
viva, decidi darle muerte. Con la mayor cautela, tome un grueso
baston que solia acompanarme en mis viajes, y conteniendo la
respiracion y avanzando unos pasos, le aseste tremendo golpe sobre
el ala izquierda, que sono seco y lastimero contra el barandal de
hierro. Cayo el pajaro a la calle y yo, por lo pronto, no me atrevi
a asomarme, temiendo que algun transeunte fuese testigo de mi accion
nefanda. Un escalofrio recorrio mi cuerpo; me senti culpable y
avergonzado, como debio sentirse el viejo marinero del poema cuando
dio muerte al albatros con su ballesta.
Por fin me asome. Ni el pajaro yacia en la casi desierta calle ni
adverti trazas de sangre en el barandal de la ventana. A poco tuve
todo aquello por una alucinacion y quede desconcertado. ?Seria un
preludio de locura?
* * * * *
No pude encontrar en el Archivo de Protocolos de Alcala del Rio los
documentos que el Duque de Ayamonte necesitaba, y el encargado de
aquella oficina me indico que quiza obrarian en el de la Catedral.
Provisto de una carta de presentacion para el Dean, me encamine al
famoso edificio, y desde el momento que penetre en el, olvide por
completo la mision que me llevaba alli. Del Presbiterio al Coro, y
de capilla en capilla, fui recorriendo el templo y admirando
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