arillo, muy gracioso, y un sombrero alto, tan
alto que rayaba en lo monumental. La reina, Sabihonda, usaba medias
azules y era poliglota: cuando algo le caia muy en gracia, hablaba
en chino, y cuando se enfadaba, gritaba en catalan.
El reino se componia, ademas de la populosa ciudad de Tibotu, de dos
islas. En una se cosechaba gran cantidad de cafe y habia numerosas
vacas de ordena; en la otra se producia el cacao y habia muy buenos
panaderos y reposteros. Las islas eran vulgarmente conocidas por
"La-isla-de-cafe-con-leche", y "La-isla-de-chocolate-con-bollos".
La familia real de Tibotu vivio feliz muchos anos; pero una noche,
el rey se comio, en la cena, todo un lechoncillo al horno, y
fallecio a las pocas horas, rodeado de su mujer e hijos.
Transcurridos los nueve minutos, nueve segundos, que segun el
Ceremonial de aquella Corte, hay que esperar antes de abrir el
testamento del monarca fallecido, se encontro que la ultima
disposicion del autocrata era que su populosa ciudad de Tibotu
pasara a su amada esposa, y las islas del "Cafe-con-leche" y del
"Chocolate-con-bollos" a sus dos hijos, Chapachapa y Chopochopo,
respectivamente. En cuanto a Chipichipi, legabale su padre el
sombrero de copa.
Imaginese el jubilo de la conyuge y de los hijos mayores, y el
enfado del Benjamin de la casa. ?Para que queria el un sombrero
viejo, sucio y de forma tan poco artistica?
Invadio el animo del principe tal furia, que echo al suelo la
despreciada prenda y propinole un fuerte puntapie. Pero al hacerlo,
sintio un agudo dolor en el pie, como si hubiese chocado contra una
piedra. Con mayor furia todavia, tomo el sombrero y empezo a
despedazarlo con gran coraje, pero, he aqui, que encontro, entre el
forro y la copa, algo duro, una piedra, efectivamente, mas grande
que un huevo de gallina, aunque no tanto como uno de avestruz; era
roja como la sangra de un pichon y brillaba al sol de una manera
sorprendente. Era nada menos que un rubi.
No hay para que referir la sensacion que este hallazgo causo en todo
el mundo. Baste decir que todas las testas coronadas, y muchas que
no lo eran, se disputaban la posesion de tan magnifica joya. Los mas
interesados en obtenerla eran el Presidente de la Republica Inglesa,
el Gran Duque de Texcoco y Mr. Elihu P Goggles, de Paradise, Texas.
Inutil nos parece decir que este ultimo y celebre millonario fue
quien adquirio la piedra preciosa, pagando por ella diez y siete
millones de dolares en oro,
|