to. Con la luz
artificial, las cosas todas presentaban su aspecto de costumbre, y
el retrato de mi madre la dulzura inafable de su rostro. Debajo de
el, sobre una mesa, se hallaba mi ultimo soneto; lo tome para leerlo
a Rafael, y encontre que estaba humedecido y emborronado.
LOS JUGADORES DE AJEDREZ
A ROBERTO MONTENEGRO.
I
Angustias, india tarasca de raza pura, era maestra en el dificil
arte de cuidar y entretener a los ninos. Durante varios anos sirvio
en mi familia, prodigando sus cuidados, sucesivamente, a los cinco
hermanos que eramos. Si nuestra casa era visitada por alguna
enfermedad, Angustias se hallaba siempre a la cabecera de la cama, y
cuando se trataba de enjugar lagrimas, consecuencia de alguna
travesura de chiquillos, su palabra carinosa nos proporcionaba
pronto consuelo. Pero la ciencia de la bondadosa ninera era mas
patente cuando estabamos contentos. Inventando juegos nuevos,
haciendo gestos verdaderamente estramboticos, gracias a sus nada
clasicas facciones, o contando cuentos jamas imaginados, nos hacia
gratisimas las horas del atardecer y, llegada la hora, sabia
conducirnos suavemente al mundo de los suenos. Otro don particular
de Angustias era la pronta contestacion que daba a las numerosas y
peregrinas preguntas que solia hacerle la gente menuda. Era tal la
espontaneidad de la respuesta y tan grande el aplomo con que la
daba, que jamas pusimos en tela de juicio la solucion por ella
propuesta a cualquier problema que se presentaba a nuestros
infantiles cerebros.
Los recuerdos de mi infancia estan estrechamente ligados con la
Hacienda de San Isidro Labrador, en donde residiamos la mayor parte
del ano. La finca, cercana a la ciudad de Mexico, fue propiedad de
la Compania de Jesus desde los tiempos mas remotos de la Colonia, y
cuando los celebres religiosos fueron expulsados de los dominios
espanoles, por las razones que Carlos III tuvo a bien guardar "en su
real pecho", fue adquirida por un mi antepasado. Se comprendera,
pues, que la casa de la Hacienda tenia mas caracter de monasterio
que de finca de campo, y mi padre, siguiendo el ejemplo de sus
mayores, quiso que conservara siempre el austero aspecto que desde
un principio tuvo. Las estancias, todas abovedadas y de poca
elevacion; los interminables claustros con arqueria de medio punto;
los muros, gruesos como los de un castillo medioeval; y
principalmente la comarca toda ayuna de encantos naturales,-
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