bre de muy mal
efecto. Las columnas fueron pintadas de blanco con rafagas de rosa y
verde, destinadas a hacer creer que eran de jaspe. En los dos testeros
proximos a la entrada, se colocaron espejos como de a vara; pero no
enterizos, sino formados por dos trozos de cristal unidos por una barra
de hojalata. Estos espejos fueron cubiertos con un velo verde para
impedir el uso de los derechos de domicilio que alli pretendian tener
todas las moscas de la calle. A cada lado de estos espejos se coloco un
quinque, sostenido por una peana anaecreontico, donde se
apoyaba el receptaculo; y este recibia diariamente de las entranas de
una alcuza, que detras del mostrador habia, la substancia necesaria para
arder macilento, humeante, triste y hediondo hasta mas de media noche,
hora en que su luz, cansada de alumbrar, vacilaba a un lado y otro como
quien dice _no_, y se extinguia, dejando que salvaran la patria a
obscuras los apostoles de la libertad.
El humo de estos quinques, el humo de los cigarros, el humo del cafe
habian causado considerable deterioro en el dorado de los espejos, en el
amarillo de los capiteles, en los jaspes y en el friso clasico. Solo por
tradicion se sabia la figura y color de las pinturas del techo, debidas
al pincel del peor de los discipulos de Maella.
Los muebles eran muy modestos; reducianse a unas mesas de palo, pintadas
de color castano simulando caoba en la parte inferior, y embadurnadas de
blanco para imitar marmol en la parte superior, y a medio centenar de
banquillos de ajusticiado, cubiertos con cojines de hule, cuya crin, por
innumerables agujeros, se salia con mucho gusto de su encierro.
El mostrador era ancho, estaba colocado sobre un escalon, y en su
fachada tenia un medallon donde las iniciales del amo se entrelazaban en
confuso jeroglifico. Detras de este catafalco asomaba la imperturbable
imagen del cafetero, y a un lado y otro de este, dos estantes donde se
encerraban hasta cuatro docenas de botellas. Al traves de la mitad de
estos cristales se veian tambien bollos, libras de chocolate y algunas
naranjas; y decimos la mitad de los cristales, porque la otra mitad no
existia, siendo sustituida por pedazos de papel escrito, perfectamente
pegados con obleas encarnadas. Por encima de las botellas, por encima
del estante, por encima de los hombros del amo, se veia saltar un gato
enorme, que pasaba la mayor parte del dia acurrucado en un rincon,
durmiendo el sueno de la felicidad y de la har
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