raneo que, por sus rocas blancas, su
vegetacion y su clima se parece mas al Africa y a Siria que a la Europa
templada, una fuente, la de Nimes, nos cuenta las bienandanzas del agua
de los manantiales. Fuera de la poblacion, se abre un anfiteatro de
rocas poblado de pinos, cuyas cimas superiores estan inclinadas por el
viento que baja de la torre Magua: en el fondo de este anfiteatro,
entre murallas blancas con balaustres de marmol es donde aparece la
balsa de la fuente. Alrededor se ven algunos restos de construccion
antigua. En la orilla misma se levantan aun las ruinas de un templo de
las ninfas que se creia en otro tiempo haber sido consagrado a Diana, la
diosa casta, a causa, sin duda, de la belleza de las noches, en las que
se refleja sobre las aguas el disco de la luna rielante y tembloroso.
Bajo la terraja del templo, un doble hemiciclo de marmol rodea la fuente
y sus gradas, donde las jovenes iban en otro tiempo a aprovisionarse de
agua, bajan hasta hundirse en el liquido cristalino. La fuente es de un
azul insondable a la mirada. Saliendo del fondo de un abismo abierto
como un embudo, la masa de agua se ensancha subiendo y se extiende
circularmente en la superficie. Como un enorme ramo de verdura que
sobresale del jarro, las hierbas acuaticas con sus plateadas hojas que
crecen al borde de la fuente, y las algas de limo con sus largas cuerdas
enguirnaldadas cediendo a la presion del agua que rebasa, se doblan
hacia afuera por el borde del estanque; por entre su espesa capa la
corriente se escapa abriendo anchos regueros con su cauce adornado de
flotantes serpentinas. Al escaparse del tazon de la fuente, el arroyo
acaba de nacer; se sumerge a lo lejos bajo bovedas sonoras, se precipita
en pequenas cascadas por entre los troncos sombreados de grandes
castanos; luego, encerrado en un canal de piedra, atraviesa la ciudad,
de la que es arteria de vida, y mas lejos, cargado de sedimentos
impuros, se corrompe, convertido en canal de inmundicias. Sin la fuente
que le alimenta, Nimes no se hubiera fundado; y si las aguas se
extinguieran, la ciudad dejaria tal vez de existir: en los anos de
sequia, cuando el manantial arroja tan solo un hilito de agua, los
habitantes emigran en gran numero. Sin duda, los naturales de Nimes
podrian traer de lejos a sus calles y plazas muchas otras fuentes y
hasta un brazo del Ardeche o el Rodano; pero, ien cuantos trabajos
futiles no distraen su actividad sin pensar antes en procurarse lo
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