orrian y jugaban a
lo largo del arroyo subterraneo, en los lagos cristalinos, bajo la ducha
de las cascadas; se divertian ocultandose en los tenebrosos corredores
como los ninos de nuestros dias en los andenes de los jardines, y tal
vez en medio de sus alegres proezas treparan por las paredes para
sorprender a los murcielagos en sus negros refugios, practicados en la
boveda.
Ciertamente no seremos nosotros los que afirmemos que la existencia
actual sea menos penosa para el hombre. Muchos de nosotros, desheredados
todavia, viven en las alcantarillas de los palacios que habitan sus
hermanos mas felices que ellos; miles y millones de individuos del mundo
civilizado habitan chozas estrechas y humedas, grutas artificiales
bastante mas insanas que las cavernas naturales donde se refugiaban
nuestros antepasados. Pero si consideramos la situacion en conjunto, nos
es preciso reconocer que los progreses realizados desde aquellos tiempos
son bien grandes. El aire y la luz entran en la mayor parte de nuestras
residencias; el sol penetra por las ventanas; a traves de los arboles
vemos brillar a lo lejos las perlas liquidas del arroyo y a nuestra
vista se presenta hasta el inmenso horizonte. Es cierto que el minero
habita durante la mayor parte de su existencia las galerias subterraneas
que el mismo ha vaciado, pero esas sombras de muerte donde se deposita
el grisu, no son su unica patria; si trabaja en ellas, su pensamiento
esta en otra parte, arriba, sobre la tierra alegre, al borde del fresco
arroyo que murmura bajo los olmos, festoneado de juncos.
A veces, cuando nos cuentan escenas de guerras antiguas, horribles
episodios nos recuerdan lo que debio ser la vida de nuestros antepasados
los trogloditas, y lo que seria la nuestra si ellos no nos hubieran
preparado dias mas felices que los suyos. Muchas tribus perseguidas se
han refugiado en las cavernas que sirvieron de morada comun a sus
abuelos, y a los perseguidores barbaros o pretendidos civilizados,
negros o blancos, vestidos con pieles o uniformados con bordados y
condecoraciones, no se les ha ocurrido nada mas humano que asfixiar por
el humo a los refugiados en ellas, encendiendo hogueras a la entrada de
la gruta. En otras partes, los desgraciados encerrados han tenido que
comerse unos a otros, y luego morir de hambre, intentando roer algunos
restos de huesos; multitud de cadaveres han quedado esparcidos por el
suelo, y durante muchos anos se han visto rodar sus esqueletos
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