ndo repetir sus ladridos a los ecos. Esos son
inmigrantes temporales que en primavera subieron de las llanuras bajas,
a las cuales volveran en invierno, como no se les oculte en el fondo de
los establos en las aldeas del valle. Los unicos hijos de la montana que
se encuentran al trepar por las pendientes son insectos que atraviesan
los senderos, escurriendose entre la hierba, o zumbando por el aire;
mariposas entre las cuales se nota al erebo negro de metalicos reflejos
y al magnifico Apolo, viviente flor que revolotea entre otras flores
aca y aculla, algun reptil que desaparece entre unas piedras. Pocas aves
cantan en los bosques silenciosos.
No obstante, la montana, fortaleza natural que se yergue entre las
llanuras, tiene tambien sus huespedes: unos, temerosos fugitivos, que
buscan inaccesible refugio; otros, ladrones atrevidos, animales rapaces
que desde sus atalayas examinan el horizonte a lo lejos antes de
emprender sus excursiones de pillaje.
Cosa extrana y que da a comprender la cobardia de los hombres: las
bestias montaraces que destrozan y matan a las demas son precisamente
las mas admiradas. Se les daria con gusto la realeza, y en mitos,
fabulas, leyendas y hasta en algun libro viejo de historia natural, se
les da el nombre de reyes.
Empecemos por el aguila y otras aves de rapina y carniceras que todos
los senores de la tierra han elegido como emblema, poniendoles a veces
dos cabezas, como si quisieran ellos tener dos bocas para devorar. Es
hermosa ciertamente el aguila cuando se planta altanera sobre penasco
inaccesible a los hombres, y mas magnifica todavia cuando se cierne
tranquilamente en los aires, soberana del espacio. Pero poco importa su
belleza. Si el rey la admira, el pastor la odia, y le ha declarado
guerra mortal, por enemiga del rebano. Pronto no habra aguilas, buitres
ni gipactos mas que en los museos: ya no se ve en muchas montanas ni un
nido, o el unico que queda no guarda mas que un pajarraco solitario y
desconfiado, viejo, medio tullido y comido por los parasitos.
Tambien el oso es un devorador de carneros, y tarde o temprano el pastor
lo exterminara en las montanas. A pesar de su prodigioso vigor, del arte
con que tritura los huesos, no es el favorito de los reyes, que no deben
de encontrarlo bastante elegante para figurar en sus blasones: en
cambio, muchos pueblos le quieren por sus cualidades y hasta el cazador
que le persigue siente por el, aun sin querer, cierta simpatia. El
os
|