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que una bendicion de su mano podia atraer sobre nosotros la
colera del pueblo impio que nos rodeaba, como nosotros sabiamos
que un grito de _iviva el Papa!_ podia empeorar la situacion
del beatisimo prisionero!--iMostrabanse tan orgullosos
15 los franceses que nos rodeaban al ver aquel supremo triunfo de
la Revolucion sobre la autoridad!... iCreian tan grande a
la Francia en aquel momento!
En esto se abrio paso por entre la muchedumbre, y aparecio
en el cuadro que habian despejado los gendarmes, una mujer
20 del pueblo, mucho mas anciana que el Pontifice: una viejecita
centenaria, pulcra y pobremente[52-3] vestida, coronada de cabellos
como la nieve, tremula por la edad y el entusiasmo, encorvada,
llorosa, suplicante, llevando en las manos un azafate de mimbres
secos lleno de melocotones, cuyos matices rojos y dorados se
25 veian debajo de las verdes hojas con que estaban cubiertos....
Los gendarmes quisieron detenerla.... Pero ella los miro
con tanta mansedumbre; era tan inofensiva su actitud; era su
presente tan tierno y carinoso; inspiraba su edad tanto respeto;
habia tal verdad en aquel acto de devocion; significaba tanto,
30 en fin, aquel siglo pasado, fiel a sus creencias, que venia a
saludar al Vicario de Jesucristo en medio de su calle de Amargura,
[52-4] que los soldados de la Revolucion y del Imperio comprendieron
o sintieron que aquel anacronismo, aquella caridad de otra
epoca, aquel corazon inerme y pacifico que habia sobrevivido (p53)
casualmente a la guillotina, en nada aminoraba ni deslucia los
triunfos del conquistador de Europa, y dejaron a la pobre mujer
del pueblo entrar en aquel afortunado portal, que ya nos habia
traido a la memoria otro portal, no menos afortunado, donde
05 unos sencillos pastores hicieron tambien ofrendas al Hijo de
Dios vivo....
Comenzo entonces una interesante escena entre la cristiana
y el Pontifice.
Pusose ella de rodillas, y, sin articular palabra, presento el
10 azafate de frutos al augusto prisionero.
Pio VII enjugo con sus manos beatisimas las lagrimas que
inundaban el rostro de la viejecita; y cuando esta se inclinaba
para besar el pie del Santo Padre,[53-1] el coloco una mano sobre
aquellas canas humilladas, y levanto la otra al cielo con la
15 inspirada actitud de un profeta.
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