cabeza en una caldera de agua hirviendo
que tenian para pelar un puerco en casa de un labrador de Adamuz; y al
Tudesco, que se habia anticipado a caer de bruces a los pies de Cleofas,
le volvio al puerto de Santa Maria, de donde habia salido quince dias
antes, a dormir la zorra[321]. El Ventero se quiso poner en medio, y dio
con el en Peralvillo[322], entre aquellas cecinas de Gestas, como en su
centro.
Volvieronse, con esto, a sentar a comer de los despojos que habia dejado
el enemigo, muy de espacio, y estando en los postreros lances de la
comida, entraron algunos mozos de mulas en la venta, llamando al Gueesped
y pidiendo vino, y tras ellos, en el mismo carruaje, una compania de
representantes que pasaban de Cordoba a la Corte, con ganas de tomar un
refresco en la venta. Venian las damas en jamugas, con bohemios[323],
sombreros con plumas y mascarillas en los rostros, los chapines[324],
con plata, colgando de los respaldares de los sillones; y ellos, unos
con portamanteos sin cojines, y otros sin cojines ni portamanteos, las
capas dobladas debajo, las valonas[325] en los sombreros, con alforjas
detras; y los musicos, con la guitarras en cajas delante de los arzones,
y algunos dellos ciclanes de estribos[326], y otros, eunucos, con los
mozos que le sirven[327] a las ancas, unos con espuelas sobre los
zapatos y las medias, y otros con botas de rodillera, sin ninguna; otros
con varas para hacer andar sus cabalgaduras y las de las mujeres. Los
apellidos de los mas eran valencianos, y los nombres de las
representantas[328] se resolvian en Marianas y Anas Marias, hablando
todo recalcado[329], con el tono de la representacion. La conversacion
con que entraron en la venta era decir que habian robado a Lisboa,
asombrado a Cordoba y escandalizado a Sevilla, y que habian de despoblar
a Madrid[330], porque con sola la loa que llevaban para la entrada, de
un tundidor de Ecija[331], habian de derribar cuantos autores entrasen
en la Corte. Con esto, se fueron arrojando de las cabalgaduras, y los
maridos, muy severos[332], apeando en los brazos a sus mujeres, llamando
todos al Gueesped,
"y el de nada se dolia"[333].
La Autora se asento en una alhombrilla que la echaron en el suelo; las
demas princesas, alrededor, y el Autor andaba solicitando el regalo de
todos, como pastor de aquel ganado. Y dijo el Cojuelo:
--Con el senor Autor estoy en pecado mortal de parte de mis camaradas.
--?Por que?--dijo don Cleofas.
Re
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