nder, no nos perdamos
en esta ocasion; que yo te sacare a paz y a salvo de todo[626].
Y volviendo a los demas, les dijo lo mismo, y que no convenia en aquel
lance resistencia ninguna; que si fuera menester, _el Enganado_ y el
metieran a todos los alguaciles de Sevilla las cabras en el corral[627].
--Hombre hay aqui--dijo un estudianton del Corpus[628], graduado por la
Feria y el pendon verde[629]--, que, si es menester, no dejara oreja de
ministro a manteazos, siendo yo el menor de todos estos senores.
El Alguacil trato de su negocio sin meterse en mas dimes ni diretes,
deseando mas que hubiese dares y tomares, y dona Tomasa estuvo empunada
la espada y terciada la capa a punto de pelear al lado de su soldado;
que era, sobre alentada[630], muy diestra, como habia tanto que jugaba
las armas[631], hasta que vio sacar preso al que le negaba la deuda,
libre de polvo y paja. El Cojuelo se fue tras ellos, y la Academia se
malogro aquella noche, y murio de viruelas locas.
El Cojuelo, arrimandose al Alguacil, le dijo aparte, metiendole un
bolsillo en la mano, de trecientos escudos:
--Senor mio, vuesa merced ablande su colera con este diaquilon[632]
mayor, que son ciento y cincuenta doblones de a dos.
Respondiendole el Alguacil, al mismo tiempo que los recibio:
--Vuesas mercedes perdonen el haberme equivocado, y el senor Licenciado
se vaya libre y sin costas, mas de las que le hemos hecho; que yo me he
puesto a un riesgo muy grande habiendo errado el golpe.
El soldado y la senora dona Tomasa, que tambien habian regalado al
Alguacil, por mas protestas que le hicieron entonces, no le pudieron
poner en razon, y ya a estas horas estaban los dos camaradas tan lejos
dellos, que habian llegado al rio y al Pasaje[633], que llaman, por
donde pasan de Sevilla a Triana y vuelven de Triana a Sevilla, y,
tomando un barco, durmieron aquella noche en la calle del Altozano,
calle Mayor[634] de aquel ilustre arrabal, y la Vitigudino y su galan se
fueron muy desairados a lo mismo a su posada, y el Alguacil a la suya,
haciendo mil discursos con sus trecientos escudos, y el Cojuelo madrugo
sin dormir, dejando al companero en Triana, para espiar en Sevilla lo
que pasaba acerca de las causas de los dos, revolviendo de paso dos o
tres pendencias en el Arenal[635].
Y el Alguacil desperto mas temprano, con el alborozo de sus doblones,
que habia puesto debajo de las almohadas, y, metiendo la mano, no los
hallo; y levantandose a buscallos
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