de sus distracciones, miro a Dona Clara con
extraordinaria curiosidad. Era una nina de poco mas de diez y seis anos.
El color de su rostro, de un moreno limpio, tenido en las mejillas y en
los labios del mas fresco carmin. La tez parecia tan suave, delicada y
transparente, que al traves de ella se imaginaba ver circular la sangre
por las venas azules. Los ojos, negros y grandes, estaban casi siempre
dormidos y velados por los parpados y las largas y rizadas pestanas; si
bien, cuando fijaban la mirada y se abrian por completo, brotaban de
ellos dulce fuego y luz viva. Todo en Dona Clara manifestaba salud y
lozania, y, sin embargo, en torno de sus ojos, fingiendolos mayores y
acrecentando su brillantez, se notaba un cerco obscuro, como el morado
lirio.
Era Dona Clara mas alta que su amiga Lucia, bastante alta tambien, y,
aunque delgada, sus formas eran bellas y revelaban el precoz y completo
desenvolvimiento de la mujer. El cabello de Dona Clara era negrisimo,
las manos y el pie pequenos, la cabeza bien plantada y airosa.
Ambas amigas iban vestidas de negro, con mantilla y basquina, y algunas
rosas en el peinado.
Lucia dijo a su amiga la indisposicion de su madre, y que su tio el
Comendador, recien llegado de Villabermeja, las acompanaria en el paseo.
Salvos los cumplimientos y ceremonias de costumbre, no hubo en la
conversacion nada memorable, hasta que los tres, que iban juntos,
salieron de la ciudad y llegaron al campo.
La pequena ciudad esta por todas partes circundada de huertas. Muchas
sendas las cortan en diversas direcciones. A un lado y otro de cada
senda hay una cerca de granados, zarza-moras, mimbres y otras plantas.
En muchas sendas hay un arroyo cristalino a cada lado; en otras, un solo
arroyo. Todas ellas gozan, en primavera, verano y otono, de abundante
sombra, merced a los alamos corpulentos y frondosos nogales, y demas
arboles de todo genero que en las huertas se crian.
La tierra es alli tan generosa y feraz, que no puede imaginarse el
sinnumero de flores y la masa de verdura que cinen las margenes de los
arroyos, esparciendo grato y campestre aroma. Campanillas, mosquetas,
violetas moradas y blancas, lirios y margaritas abren alli sus calices y
lucen su hermosura.
El sol radiante, que brilla en el cielo despejado y dora el aire
diafano, hace mas esplendida la escena. Increible multitud de pajaros
la anima y alegra con sus trinos y gorjeos. En Andalucia, huyendo de la
tierra de secano, buscan
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