-?Que te ha dicho D. Carlos?
--?Que ha de decir? Que esta desesperado; que Clara le desdena, que le
rechaza, y que, por obedecer a su madre, se casara con D. Casimiro.
--Y D. Valentin, ?que hace?
--Nada. ?Que quiere V. que haga? Pues que, ?ignora V. que D. Valentin es
un gurrumino? Una mirada de Dona Blanca le confunde y aterra; una
palabra de enojo de aquella terrible mujer hace que tiemble D. Valentin
como un azogado.
--De suerte que Dona Blanca es quien ha decidido el casamiento de Clara
con D. Casimiro.
--Si, tio; en esa casa Dona Blanca es quien lo decide todo. Ella manda y
los demas obedecen. No se atreven a respirar sin su licencia. No se
puede negar que Dona Blanca tiene mucho talento y es una santa. Sabe mas
de las cosas de Dios que todos los predicadores juntos. Reza muchisimo;
lee y estudia libros piadosos; lleva una vida ejemplar y penitente, y
hace muchas limosnas a los pobres y a las iglesias; pero, a pesar de
tantas virtudes y excelentes prendas, nada tiene de amable. Antes al
contrario, es terrible. A mi me pone miedo.
--No lo dudo, sobrina; ya era como tu la describes cuando yo la conoci.
--iAy, tio! ?Y la veia V. con frecuencia?
--No con frecuencia, sobrina; pero al fin la trate algo.
--No extrane V. que en una semana no vengan a casa, ni para cumplir.
Dona Blanca vive con la mente tan lejos de todo, y se resiste tanto a
que le cuenten cosas del mundo exterior que distraigan su espiritu de la
contemplacion intima en que vive, que de seguro ni ella ni su pobre
marido sabran que V. ha llegado. D. Valentin no creo que sea hombre muy
interior, espiritual y contemplativo; pero como tiene tanto miedo a su
mujer y quiere darle gusto siempre, vive tambien a lo mistico, apartado
del trato humano, y yo le juzgo capaz de azotarse con unas disciplinas,
no tanto por amor de Dios, cuanto por amor y por miedo de Dona Blanca.
Don Fadrique escuchaba y callaba. No tenia humor de despegar los labios.
Lucia, que era aficionada a hablar, solto la tarabilla y prosiguio
diciendo:
--iPobre Clara! Figurese V. lo divertida que estara. Yo no lo dudo; ella
se ira al cielo; pero ique! ?no puede ir uno al cielo con menos trabajo?
No acierto a ponderar a V. los prodigios de astucia, los portentos de
habilidad, aunque este mal que yo me alabe, que he tenido que hacer para
ganarme un poco la voluntad y la confianza de Dona Blanca y lograr que
su hija se trate conmigo y salga a veces en mi compania. Si no fuera p
|