olviendo a la ciudad
por otro camino, en medio de una frondosisima alameda. Alli Clara, o
adelantandose o quedandose atras y dejando al Comendador con su sobrina,
hubiera podido hablar a su placer con D. Carlos; pero no parecia sino
que le tenia miedo, que temblaba de oir su voz sin testigo, y que
deseaba demostrar a los ojos del Comendador que no queria pertenecer a
D. Carlos, sino a D. Casimiro. Ello es que en los lugares mas agrestes,
Clara no se apartaba del lado de D. Fadrique, como si temiese que
saliese una fiera a devorarla y buscase en el su amparo y defensa.
?Quien sabe lo que pasaba en aquellos instantes en el alma del
Comendador? Lo cierto es que casi no se atrevia a hablar a Clara; pero
de repente, en una ocasion en que D. Carlos y Lucia se adelantaron y se
perdieron de vista entre los arboles, el Comendador detuvo a Clara, la
contemplo de un modo extrano y dulce, y tomando su semblante una
expresion solemne y en cierto modo venerable, exclamo:
--iHija mia! Es V. muy buena, muy hermosa... inocente de todo; Dios
bendiga a V. y la haga tan feliz como merece.
Y diciendo esto, alzo las manos como para bendecir a la muchacha, tomo
su cabeza entre ellas y le dio en la frente un beso.
Clara hallo, sin duda, muy raro todo aquello, fuera del uso y del
estilo comun; pero la cara de D. Fadrique estaba tan seria, y su
expresion era tan simpatica y noble, que, a pesar de las ideas con que
personajes devotos habian manchado precozmente la conciencia de la nina,
hablandole de pecados y faltas, Clara no pudo ver alli ningun
atrevimiento liviano.
Mas aun se afirmo en la idea de lo puro e impecable del extrano e
inesperado beso, cuando le dijo el Comendador:
--Don Carlos me parece un mozo excelente. ?Le ama V. mucho?
Habia en el acento de D. Fadrique un suave imperio, al que Clara no supo
resistir.
--Le he amado mucho --contesto,-- pero yo acertare a no amarle. He sido
muy culpada. Sin que lo sepa mi madre le he querido. En adelante no le
querre. Sere buena hija. Obedecere a mi madre. Ella sabe mejor que yo lo
que me conviene.
Don Fadrique no se atrevio a replicar ni a hacer un discurso subversivo
de la autoridad materna.
A poco volvieron a reunirse, en un solo grupo los cuatro.
Antes de entrar de nuevo en la ciudad, D. Carlos se despidio del
Comendador y de las dos senoritas, y se fue por otros sitios.
Apenas Lucia y su tio dejaron a Clara a la puerta de su casa, el tio
pregunto a la sobrina:
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