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el nacimiento el agua va por tierra llana, con sosegada corriente y apacible murmullo, sin que haya ruido mayor en aquella amena soledad que el que produce el nacimiento mismo; el golpe del agua que brota de la pena y cae dentro de la gruta. A la orilla del estanque rustico hay varios sauces, y junto al tronco del mas alto y frondoso un poyo o asiento de piedra. Alli estaba sentado el poeta rondeno D. Carlos de Atienza cuando llegaron el Comendador, su sobrina y Dona Clara. Don Fadrique, como si anhelase apartar de si tristes y enojosos pensamientos, impropios de su caracter y risuena filosofia, se paso la mano por la frente, y creyendo que recobraba su serena y alegre condicion, dijo en voz alta: --Hola, ilustre poeta, ?que nuevo idilio compone V. en estas soledades? Don Carlos se levanto del asiento, y yendo hacia los recien venidos, dijo: --Buenos dias, Sr. D. Fadrique. Beso los pies de Vds., senoritas. El Comendador le allano el camino para que se viniese con el y con las ninas y los acompanase un rato en el paseo. Hablo a D. Carlos de sus estudios, le pondero lo mucho que le agradaba la poesia, le encomio el idilio y se le hizo repetir. No podia haber dado mayor gusto a D. Carlos, ni mayor satisfaccion de amor propio; porque, como todos los que escriben, han escrito o escribiran versos en el mundo, era D. Carlos aficionadisimo a recitarlos en presencia de un benevolo y discreto auditorio, y siempre se inclinaba a calificarle de discreto, con tal de que fuese benevolo. Don Fadrique miro con disimulo, pero con mucha atencion, a Clarita mientras que D. Carlos recito el idilio. Si aun le hubiera quedado la menor duda de que Clara era Clori, la duda se hubiera disipado. A Clarita, valiendonos de una expresion en extremo vulgar, si bien muy pintoresca, un color se le iba y otro se le venia mientras los versos duraron. Ya se ponia palida, ya se cubrian de purpura sus mejillas. Hasta cuando exclamo D. Carlos recitando: "Puesique! ?te he dado en balde tanta prueba De amor?" vio o imagino ver D. Fadrique que los parpados de Dona Clara se contraian mas de lo ordinario, como para recoger y ocultar indiscretas lagrimas, que ansiaban por brotar de los hermosos ojos. Despues de recitados los versos, D. Carlos, menos atrevido en prosa, apenas se acerco a Clara, y no le dijo palabra que todos no oyesen. Solo con Lucia hablo en voz baja y como en secreto. Los cuatro se internaron, prosiguiendo el paseo y v
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