espueblan
el espacio y el infinito, familiarice
mis ojos con la eternidad, como
habian hecho en otros tiempos los
magicos y el filosofo que invoco en
su profundo retiro a Eros y a Anteros[2].
Con mi ciencia crecio mi
ardiente deseo de aprender, mi poder
y el enagenamiento de la brillante
inteligencia que....
LA ENCANTADORA.
Acaba.
MANFREDO.
iAh! me complacia en detenerme
estensamente sobre estos vanos atributos,
porque cuanto mas me acerco
del momento en que descubrire la
llaga de mi corazon ... pero quiero
proseguir: aun no te he nombrado,
ni padre, ni madre, ni querida, ni
amigo, con quienes me hallase
unido por nudos humanos: padre,
madre, querida, amigo, estos titulos
no eran nada para mi; pero habia
una muger....
LA ENCANTADORA.
Atrevete a acusarte a ti mismo:
prosigue.
MANFREDO.
Se me parecia en lo esterior, en
los ojos, en la cabellera, en sus facciones
y aun en su metal de voz;
pero en ella todo estaba suavizado
y hermoseado por sus atractivos. Lo
mismo que yo, tenia un amor decidido
por la soledad, el gusto por
las ciencias secretas y un alma capaz
de abrazar al universo; pero
tenia ademas la compasion, el don
de los agasajos y de las lagrimas,
una ternura ... que ella sola podia
inspirarme, y una modestia que yo
nunca he tenido. Sus faltas me pertenecen:
sus virtudes eran todas
suyas. Yo la amaba y le prive de la
vida.
LA ENCANTADORA.
?Con tus propias manos?
MANFREDO.
iCon mis propias manos! no; fue
mi corazon el que marchito el suyo
y le destrozo. He derramado su
sangre, pero no ha sido la suya. Su
sangre ha corrido sin embargo, he
vislo su pecho desgarrado y no he
podido curar sus heridas.
LA ENCANTADORA.
?Es esto todo lo que tienes que
decir? haciendo parte a pesar tuyo
de una raza que tu desprecias, tu
que quieres ennoblecerla elevandote
hasta nosotros ipuedes olvidar
los dones de nuestros conocimientos
sublimes y caer en los bajos pensamientos
de la muerte! no te reconozco.
MANFREDO.
iHija del aire! te protesto que,
despues del dia fatal... Pero la palabra
es un vano soplo, ven a verme
en mi sueno, o a las horas de
mis desvelos, ven a sentarte a mi
lado; he cesado de estar solo, mi
soledad se halla turbada por las
furias. En mi rabia rechino los
dientes mientras que la noche estiende
sus sombras sobre la tierra,
y desde la aurora hasta ponerse el
sol no ceso de maldecirme. He invocado
la perdida de mi razon como
un b
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