nca!
EL CABALLERO
iLlego para hacer una gran justicia, porque vosotros no sois mis
hijos!... iSois hijos de Satanas!
DON FARRUQUINO
Entonces somos bien hijos de Don Juan Manuel Montenegro.
EL CABALLERO
iAy, yo he sido un gran pecador, y mi vida una noche negra de rayos y
de truenos!... iPor eso a mi vejez me veo tan castigado!... iDios, para
humillar mi soberbia, quiso que en aquel vientre de mujer santa
engendrase monstruos Satanas!... iSiento que mis horas estan contadas;
pero aun tendre tiempo para hacer una gran justicia. Vuelvo aqui para
despojaros, como a ladrones, de los bienes que disfrutais por mi! iDios
me alarga la vida para que pueda arrancarlos de vuestras manos infames
y repartirlos entre mis verdaderos hijos! iSalid de esta casa, hijos de
Satanas!
_A las palabras del viejo linajudo, los cuatro segundones responden
con una carcajada, y la hueste que le sigue calla suspensa y religiosa.
El Caballero adelanta algunos pasos, y los cuatro mancebos le rodean
con barbaro y cruel vocerio, y le cubren de lodo con sus mofas_.
DON MAURO
iHay que dormirla, Senor Don Juan Manuel!
DON ROSENDO
?Donde la hemos cogido, padre?
DON GONZALITO
iBuen sermon para Cuaresma!
DON FARRUQUINO
iNo mezclemos en estas burlas las cosas sagradas!
DON ROSENDO
?Donde hay una cama?
DON MAURO
Vosotros, los verdaderos hijos, salid, si no quereis que os eche los
perros. iPronto! iFuera de aqui! iA pedir por los caminos! iA robar en
las cercas! iA espiojarse al sol!
_El segundon atropella por los mendigos y los estruja contra la puerta
con un impulso violento y fiero, que acompanan voces de gigante. La
hueste se arrecauda con una queja humilde: Pegada a los quicios inicia
la retirada, se dispersa con un murmullo de cobardes oraciones. El
Caballero interpone su figura resplandeciente de nobleza: Los ojos
llenos de furias y demencias, y en el rostro la altivez de un rey y la
palidez de un Cristo. Su mano abofetea la faz del segundon. Las llamas
del hogar ponen su reflejo sangriento, y el segundon, con un aullido,
hunde la maza de su puno sobre la frente del viejo vinculero, que cae
con el rostro contra la tierra. La hueste de siervos se yergue con
un gemido y con el se abate, mientras los ojos se hacen mas sombrios en
el grupo palido de los mancebos. Y de pronto se ve crecer la sombra del
leproso, poner sus manos sobre la garganta del segundon, luchar
abrazados, y los albos dientes de lobo y
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