on habil juego
y se irrita contra los indignos sujetos que destruyen la raza.
Paseandome con frecuencia por la orilla del arroyo, he podido estudiar
detenidamente al pescador ideal, al tranquilo pescador de cana, detras
del cual las aranas tejen tranquilamente su nido. Mas de una vez he
notado que el pacifico pescador no agradecia mi presencia que turbaba
sus ritos casi religiosos; no volviendo hacia mi la cabeza ni haciendo
un gesto de impaciencia, he comprendido no obstante, su hostilidad, y,
temeroso de excitar su ira, he pasado por detras de el, marchando sobre
la hierba y conteniendo hasta el aliento. Cuando ya no me veia mas que
como una linea del paisaje igual que una piedra o un tronco de arbol,
yo, satisfecho de verlo a el tranquilo, le miraba tranquilamente. En el
no hay fraude alguno. Con fe sincera pone su cebo, lanza su cana y
durante minutos y horas espera que el pez indiscreto tenga la desgracia
de morder el anzuelo. Nada consigue distraerle de su ocupacion; con su
aguda mirada atraviesa el agua profunda; ve relucir como imperceptible
reflejo la aleta del pez que pasa, distingue la marcha del pequeno
gusanillo sobre el cieno; en ciertos estremecimientos del agua adivina
al pez oculto bajo las hierbas acuaticas; interroga a la vez a las olas
y los remolinos, las estrias de la corriente y las rafagas de viento.
Atento a todos los ruidos, a todos los movimientos, dirige con su cana
el anzuelo por el fondo o lo sube un poco, segun le aconsejan los
elementos de la naturaleza que le rodea. Estando tan bien acompanado
?que le importan los profanos? Ni se digna dirigirles una sola mirada,
dedicado completamente a vigilar al pez en su madriguera. Un dia, un
aeronauta, enredado en el cordaje de su barquilla, asfixiandose por el
gas que se escapaba del globo, cayo en medio del Sena, entre dos hileras
de pescadores, inmoviles como estatuas a lo largo del margen. Ninguno se
movio. Mientras los barqueros desamarraban a toda prisa sus
embarcaciones para operar el salvamento del naufrago, los perseverantes
pescadores continuaban esperando tranquilamente el bienhechor movimiento
que les advertia de la captura deseada.
Por otra parte, ningun hombre es mas fuerte que el pescador contra las
adversidades del destino. El pez puede maliciosamente no dejarse coger,
jugar con el anzuelo sin engancharse; el hombre de la cana, silencioso y
prudente como un airon sobre su pata, no deja por eso de tener su brazo
preparado y su mir
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